lunes, 11 de febrero de 2019

LA ESFINGE DE LA CHAPATA


Ha dicho el profe en clase de Cultura Clásica que había una vez una ciudad que se llamaba Tebas en la que siempre pasaban cosas absurdas y argumentos tipo culebrón Disney con un punto gore. Y una de las cosas que pasaban es que un bicho muy raro, con cabeza de águila, cuerpo de león y uñas de gata mala y micifuza hacía preguntas tontas a los caminantes. Ha dicho también que si los caminantes eran más tontos que la pregunta y fallaban, el bicho raro y feo los mataba y los hacía relleno de empanadilla. Basta echar un vistazo a la Plaza de Colón para comprobar que entre los humanos no abundan los que tienen luces suficientes como para responder a una simple adivinanza de lo más básico. ("Uhhhh cuál es el animal que por la mañana anda con cuatro pies, al mediodía con dos y por la tarde con tres, uuuhhhhh". El pingüino, no te fastidia).
 
El tal bicho se llamaba Esfinge. Y a mí me parece que la Esfinge era chunga porque tenía mal pronto y un poco abusona, pero todo un modelo de guardiana, que si no quería que nadie entrara o saliera de Tebas, lo hacía de maravilla. Así que he decidido tomarla como modelo para esta temporada.
 
Ayer mismo resulta que al Gafapasta se le olvida entreabierta la puerta de la cocina, así que mientras él comía me decidí yo a husmear un rato y a estirarme bien estirada a ver qué podía pillar con mi delicado hocico y mis hermosos dientes. Y cayó un chusco de pan tamaño XXL. Porque al Gafapasta le gusta guardar chuscos de pan y dejar que se pongan duros para luego ponerlos blandos y comérselos (el proceso no es que sea ni muy sofisticado ni muy inteligente, pero estamos hablando del Gafapasta, tampoco hay que esperar mucho). A esto de conseguir que el pan blando se ponga duro y el duro se ponga blando él lo llama con satisfacción sopa. De pan.
 
Que bueno, que fui yo y trabé un estupendo y orondo pedazo de pan italiano vulgo chapata y decidí que molaba. Estuve un rato dando vueltas por la casa a ver dónde podía esconderlo a salvo de perros moñas, gatas tontas y gatas malas, porque es tener un chusco en la boca y despertárseme un instinto de propiedad que parezco una liberala furiosa. Otras cosas, si hay que compartirlas se comparten, pero el pan, ah el pan, mejor te apartas. Y los huesos de jamón. Y como en esta casa no hay forma de tener intimidad ni seguridad y el jefe no me compra un frigorífico con candado solo para mí, pues decidí hacer lo de siempre.
 
Lo de siempre es hacer caso a Shi Tzu, el perrín de un tío llamado Sun Tzu, que escribió un rollo patatero llamado "El arte de la guerra", y buscar las alturas. Me subí a la cama gafapastera y empecé a gruñir como si fuera la perra del exorcista en plena posesión, mientras el Gafapasta me miraba con cara de coña y decía "Cómo sobreactúas, Perrinalinda, cómo sobreactúas". Gelo ya pilla la indirecta y el ruido de colmillos afilándose a la primera, así que se quedó tirado en el pasillo lloriqueando y mirando al Gafapasta con cara de caniche degollado. Tiberio, la gata tonta, resultó no ser tan tonta y desapareció en algún agujero negro a la primera mirada asesina. Pero Anabotella Miércoles, la gata mala, ¡ay, la gata mala! Supongo que pensaría que como es una esbirra satánica del demonio Micifuz estaría protegida por algún hechizo, así que decidió subirse a la cama para hacerme compañía. Como un rayo, abrí la bocaza y le pegué mitad y tres cuartos de meneo que asusté hasta al Gafapasta. Eso sí, la maldita gata salió huyendo cual felona y fementida criatura.
 
Y el Gafapasta me quitó el pan, lo llevó a la cocina y me plantó una bronca terrible.
 
Pero la Esfinge de la Chapata no le tiene miedo a nada. Uuuuuhhhh, uuuuhhhhh.