lunes, 22 de julio de 2019

SI NO SABEN, PA' QUÉ JUEGAN


¿Pero cómo queréis que escriba más a menudo con lo estresadísima que me tiene la vida?

¿Os parece poco desastre que, a la vejez, viruelas, la Gata Tonta haya descubierto los placeres de los mimos gafapasteros y del jamón de york y ahora seamos cuatro en vez de tres para repartir restos y manos?
 
¿No es causa de crisis nerviosa que la bruja de la bata blanca me llame vieja, gorda y culona cada vez que me acerco a su cámara de las torturas y que el Gafapasta le ría las gracias?
 
Pues como si eso fuera poco, llega lo peor de lo peor: Las perras de la pandilla no se saben las reglas del DogBall y así no hay quien juegue. Mala me pongo.
 
A ver, el DogBall es un juego fascinante y terriblemente complejo con varias jugadas básicas. La jugada número uno, que siempre es la que da inicio al partido, necesita un humano lanzador, que con más o menos energía y más o menos maña envía una pelota hasta Vitigudino (las mejores son las de KONG tipo tenis XXL, que si no te las tragas). Los perros contendientes salen corriendo como alma que lleva el diablo para ver quién es capaz de atraparla. Puedes saltar y pillarla al vuelo, puedes frenarla con el hocico y atraparla después de que pare, puedes rodarla por el suelo hasta capturarla, pero la esencia es que luego regresas rapidito con ella en la boca y se la devuelves al humano. Hay dos variantes, la más sofisticada es que se la entregas en la manita, la más habitual, la dejas en el suelo delante de él para que se agache el muy capullo y haga también algo de ejercicio.
 
Otra jugada interesante es la de salir corriendo con la pelota en la boca mientras los demás jugadores te persiguen hasta que sueltas la pelota, otro jugador la pilla y entonces le persigues tú hasta que la sueltas.
 
Se habrán dado cuenta ustedes de que he utilizado varias veces el verbo "SOLTAR", así en mayúsculas y bien clarito, como consta en las reglas originales, dictadas por el gilipollas del Marqués de Queensberry (soy fan de Oscar Wilde, qué pasa). Y no sé por qué hay perros que no solo se ponen a jugar sin estudiárselas, sino que además pasan de ti completamente cuando con un delicado ladrido histéricoforme intentas explicar "Que no es así, so lerda, que ahora la tienes que soltar, soltar, SOLTAR, SOL TAR, S-OI-L-T-A-R". Hasta que te pones mala malísima y te tienes que controlar para no lanzar un mordisco y acabar con tarjeta roja, bronca y expulsión.
 
Yo soy poligonera, y a mucha honra. Pero soy una jugadora correcta y limpia de DogBall. Si pillo la pelota, hago un recorrido atlético espectacular hasta el agua y vuelta, suelto la pelota, y espero nueva jugada. Si pierdo la pelota, persigo al perro captor, sin gruñir y sin enfadarme. Pero es que no hay manera con Noa, ni con Nani, ni con Sultán, ni con no sé cuántos más.
 
Me parece que a este paso no termina el verano sin que presente una queja formal a la Federación Internacional de DogBall para que les retire la licencia. Basta Ya.